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Ayer hizo un año

De nuevo, el Final de los Tiempos, se cernía, como amenaza inminente, en el horizonte de nuestras vidas. Con una extraña base, sustentada en frágiles argumentos, regresaban los magos del pasado, para elucubrar sobre una fecha del pasado diciembre, señalada como la del Armagedón.

Las fechas de la Navidad llevaron mis recuerdos a tiempo atrás, a la última vez que deambulé por las calles de Jerusalén. En aquella ocasión, hice un viaje que me perseguía desde hacía tiempo, había leído noticias que señalaban a Nazaret como el lugar en el que nació Jesús y como no era un desplazamiento largo, me fui a Nazaret. Lo que vi me desilusionó y entristeció, tal vez, el único rato bueno que pasé, fue en la iglesia de la Anunciación.

Nazaret es un pueblo pequeño, fundamentalmente, palestino, con chavales corriendo por calles mal asfaltadas. Un pueblo en el que el sol abrasador de Oriente ilumina los paisajes. En cada esquina, me topé con un vendedor de recuerdos, sobre todo, de recuerdos cristianos. Mujeres vendiendo alholva, sésamo, pimentón, pan, pescado, hortalizas y más especias, muchas, desconocidas para mí. Es una ciudad que huele a campo, a incienso y a romero. Si bien, es cierto, que, a veces, el olor es acre y otras, a aceite o gasóleo quemado, nada atractivos para el olfato Turistas, muchos turistas, gentes vocingleras, llegados desde Jerusalén, tras pasar el control de la policía israelí. Las calles, por efecto de la falta de lluvia o por su suciedad, tienen gran cantidad de polvo que se levanta al pasar los vehículos, coches destartalados y antiguas furgonetas, que por ellas pasan. Pero, bajo el caos, uno se sorprende al encontrar gente amable, viva.

En tiempos de Jesús, el pueblo debía ser muy pequeño, no más de doscientos habitantes, pero, todos ellos, estaban muy vivos. En el pueblo no existía sinagoga, ni palacios oficiales, ni cómodas termas, las casas debían ser sencillas habitaciones, construidas con piedras sin labrar, pero se han encontrado, prensas de aceite, de vino y almacenes para el grano.

Intento imaginar la vida de uno de aquellos campesinos, apegado a su diaria tarea, ajeno a los grandes acontecimientos que sucedían en el mundo y sin embargo libres, felices. A pesar de las duras circunstancias en las que vive la población, nada hay en el entorno que nos traiga el recuerdo de la muerte, del final. Accedo a la Iglesia con el ánimo de descender a la gruta de la Anunciación, el origen de todas las iglesias que se han ido construyendo, cada una sobre los restos de la anterior, hasta nuestra época. En la puerta que se abre a las escaleras que dan acceso a la cripta, un sacerdote, de rito oriental, intenta, con bastante mala gana, ordenar la cola de turistas y peregrinos que intentan entrar en el santuario. El lugar, parece que, cuando no acuda la gente en avalancha, es proclive al recogimiento y a la oración, hoy no es uno de esos días, por lo que intento pensar, abstrayéndome del ruido que me rodea. Pienso que, lo antes que pueda, debo consultar a Tomás de Aquino [1], sobre “La eternidad del mundo”.

Tras un exhaustivo análisis, Tomás llega a la conclusión de que el mundo no es eterno, o lo que es lo mismo, que el final llegará, tarde o temprano. Seguimos siendo como una mota de polvo en el Universo, nuestro orgullo no está justificado. No obstante, no parece que el argumento a utilizar, sea creer que el futuro de la Humanidad se halle en manos de una tribu que, entre otras cosas, se dedicaba a la construcción de calendarios que trataban de explicar los diferentes ciclos de la vida [2]. Consciente de mi insignificancia, me apresto a vivir un nuevo y complicado año. No me siento inquieto ni preocupado, a nuestro viejo mundo todavía le quedan muchas vueltas que dar.

Al llegar aquí, me viene a la memoria un proverbio clarificador que no me resisto a citar:

“Busca pretextos el disidente;
Con toda destreza suscita la contienda.
No le agrada al necio la reflexión:
Sino sólo propalar sus pensamientos”. [3]

 

[1] “Fe los principios de la Naturaleza y otros escritos” Tomás de Aquino.

[2] A principios de diciembre se descubrió que, ni siquiera, de acuerdo con el Calendario Maya, existía una previsión de fin del mundo.

[3] Proverbios 18, 1-2.