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Los siete benditos

Devoción eficaz para alcanzar grandes mercedes

No se sabe con certeza, cuando y donde tuvo su origen la popular devoción conocida con el nombre de: “Los siete benditos”, ofrecidos al Santísimo Sacramento y a la Inmaculada Virgen María, en unión de San Antonio de Padua, devoción que se propaga cada vez más a medida que los fieles sorprendidos por los admirables y constantes favores que por ella alcanzan, la recomiendan por su eficacia entre las personas de su familia y de sus amistades.

Todos saben cuanta veneración tuvo San Antonio de Padua, durante su vida, a los Santos Sacramentos y cuán edificante  y tierno amor profeso a la Sagrada Eucaristía, a la Preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo y a los dolores de la Inmaculada Virgen María.

Recordar al Insigne Taumaturgo estas devociones predilectas de su corazón angelical, al practicarse devotamente, es uno de los motivos por el cual San Antonio atiende de un modo particular e inmediato a los fieles, que con todo fervor, confianza y perseverancia, desde este valle de lágrimas hacen intención de unirse a él; cuando rezan la piadosa antigüedad, conocida con el nombre de “El Bendito” para bendecir y alabar las siete principales efusiones de sangre de Nuestro Señor Jesucristo, los siete dolores de María Santísima y la institución de los siete sacramentos.

“El Bendito” debe rezarse como esta ya aprobado por la S.C del Santo Oficio y enriquecido con indulgencias por S.S. Pío IX d. f. r. Se dirá siete veces, agregando cada vez, el Gloria al Padre, etc.

Debemos de rezar esta devoción en nuestras necesidades, para encontrar alguna cosa perdida, para conseguir el remedio de nuestras aflicciones, la salud de algún enfermo, el éxito de algún negocio, la solución favorable de algún asunto difícil: particularmente para obtener el perdón de nuestros pecados, la gracias de Dios y la paz del alma, que por ellos hemos perdido.

Pero antes de implorar la protección del célebre Taumaturgo Universal, procuremos rezar devotamente el Acto de Contrición, pidiendo al Señor el perdón de nuestras culpas, doliéndonos de corazón haberle ofendido y procurando, no solo con los labios, sino con el alma, ofrecerle no volver a pecar.

ACTO DE CONTRICIÓN

Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Creador, Padre, y redentor mío, por ser quien eres, te amo sobre todas las cosas, me pesa en el alma haberte ofendido. Propongo con el auxilio de tu gracia, no volver a pecar, apartarme de todas las ocasiones en que pueda ofenderte, confesarme y cumplir devotamente  la penitencia que me fuere impuesta por mis culpas. Te ofrezco, Señor mío mi vida, obras y trabajos en satisfacción de mis pecados.

Te suplico que por los méritos inefables de tu Encarnación, vida, pasión, muerte, resurrección y ascensión gloriosa. Y por la institución de los santos sacramentos, perdones mis pecados; espero y confío en tu bondad y misericordia infinitas, me des tu gracia para enmendarme y perseverar amándote con ternura y sirviéndote con fervor hasta el último instante de mi vida. Amén

SE REZAN 7 VECES LA ALABANZA SIGUIENTE

¡Bendito y alabado sea el santísimo Sacramento del altar. Y la Inmaculada Concepción de la siempre Virgen María, Madre de Dios y Abogada nuestra!

- Gloria al Padre, etc…

SE TERMINA CON LA SIGUIENTE ORACIÓN

Glorioso San Antonio de Padua, te ruego humildemente presentes a Nuestro Señor Jesucristo y a María Santísima los “Siete Benditos” que acabo de rezar, haciendo intención de unirnos a las fervientes alabanzas y acciones de gracias que tributas en el cielo a Dios trino y uno. Para glorificarle por la admirable institución de los siete sacramentos, para bendecir y alabar al Santísimo Sacramento del Altar, la Preciosísima Sangre del Divino Jesús y los Acervos Dolores de la Inmaculada Virgen María.
 
Te suplico ruegues al señor se digne  concederme el perdón de mis culpas; a fin de que por tu celestial protección, encuentre la gracia y la paz del alma que he perdido por mis pecados. Acuérdate que por el amor de Dios que abrazaba tu corazón durante tu apostólica vida, en este valle de lágrimas, y por tu inagotable caridad con todos los afligidos; hiciste milagros estupendos. Por tanto, ahora que estás en el cielo ruega por mí y ampárame en la siguiente necesidad…  (Se pide en silencio el favor).
 
Se el protector de mi hogar, alcánzame la gracia de vivir cristianamente y la inefable merced de recibir con gran devoción, antes de morir, los Santos Sacramentos. Asísteme en mi agonía y aboga por mi ante mí ante el Divino Juez;   a quien hoy y siempre clamaré diciéndole: “Dulcísimo Jesús,  no seas mi juez si no mi Salvador.

AMÉN

S.S Pio IX, con decreto de la S.C de indulgencias, el 11 de agosto de 1851, concedió a los fieles cada vez que recen esta jaculatoria, cincuenta días de Indulgencia.
El mismo Sumo Pontífice, con todo decreto de la citada S. C de Indulgencias, 20 de noviembre de 1853, concedió Indulgencia plenaria a los fieles que por espacio de un año recen esta jaculatoria, al menos una vez al día. La cual pueden ganarla, desde las primeras vísperas de la fiesta de San Jerónimo Emiliano, 20 de julio, o durante toda la octava.

CONDICIONES

Confesión, comunión y visita de una iglesia u oratorio publico rogando allí según la intención del Sumo Pontífice.
Estas indulgencias son aplicables a almas del Purgatorio.

Con licencia eclesiástica.