Afrontar la vida requiere de una fortaleza que se ha de contemplar en la educación de los hijos. Si unos padres no tienen las ideas claras para actuar, no actuarán. Por eso, animo a la reflexión.

Las virtudes son los valores integrados en la persona. La educación del carácter tiene que ver con el “capital cultural” de las familias, con el modo de transmitir cómo afrontar la vida.

Una forma sencilla de apuntar a la cercanía es dedicar un tiempo cada día a jugar con los hijos

Puede ser interesante detenerse a pensar dónde ponemos el foco de atención cuando estamos juntos: ¿en el sacrificio que conlleva el día a día con los hijos o en la belleza que se desprende de las distintas vivencias? ¿En lo que tienes que renunciar o en lo que puedes

disfrutar con ellos?… 

“Trata a un hombre tal como es, y seguirá siendo lo que es; trátalo como puede y debe ser, y se convertirá en lo que puede y debe ser” (Goethe)

Cuando unos padres evitan a sus hijos el esfuerzo que deben hacer ante sus tareas, los conducen a una vida de dependencia y fracaso.

Todo lo que no se aprende en los primeros años de vida, queda como tarea para el futuro.

Dar sentido a cada circunstancia de la vida, hace comprensible la importancia de lo que se hace o se debe hacer: “lo hago, no porque me apetece o tenga ganas, sino porque te quiero o por ayudarte… aunque me cueste hacerlo”. Que los hijos descubran esta vinculación afectiva que hay entre lo que soy y lo que hago, es una de las principales tareas que tienen entre manos los padres a la hora de educar a los hijos.

Ahora que estamos aún en verano, he pensado escribir unas reflexiones que me parecen capitales para cualquier matrimonio sobre cómo transmitir las virtudes humanas y sobrenaturales a los hijos.