Un amigo y yo discutíamos sobre ella a raíz del nuevo papa Francisco, quien desde el comienzo de su pontificado ha exhibido un estilo de vida bastante infrecuente. La prensa se ha hecho eco de ello, subrayando cómo, por ejemplo, el entonces cardenal Bergoglio tomaba el autobús cuando vivía en Buenos Aires o cómo llamó a su vendedor de prensa dominical al día siguiente de ser elegido Santo Padre para comentarle que no volvería a la capital argentina por un tiempo y que no podría hacerle la compra habitual. Esa misma jornada ordenó que se pagara el costo de sus noches en el hostal donde se alojó durante el cónclave.
Hay otros detalles conocidos, por supuesto, pero lo interesante es descubrir el significado real que se esconde detrás de todos ellos. Algunos críticos los conciben como una manera de llamar la atención y de dar una imagen de falsa modestia. Pero el hecho es que la mayoría de dichas anécdotas nos ha llegado de rebote: porque tal o cual persona se enteró por casualidad. Y, a decir verdad, son muchos los relatos que apuntan más a un patrón de conducta sincero y auténtico que a un exhibicionismo ridículo e innecesario.
En el Catecismo de la Iglesia Católica, al hablar sobre el séptimo mandamiento de la ley de Dios, se dice lo siguiente: “En materia económica, el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la generosidad del Señor, que “siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2 Co 8, 9)”.
Es decir, la pobreza tiene dos caras: el desprendimiento con el que debemos vivir en la Tierra, sin apegarnos en exceso a lo material, que a fin de cuentas nunca podremos llevarnos a la tumba; y la generosidad con la que acogemos al prójimo, viendo en él al mismo Jesucristo.
Ahora hay una crisis económica en España. Si somos de los que la estamos sufriendo con fiereza, probablemente nuestra misión consista en sobrellevarla con el mejor ánimo y con visión sobrenatural, sin desesperanza. En cambio, si a nosotros no nos está afectando de modo ostensible, será tarea nuestra ayudar y socorrer al necesitado de las mil maneras posibles que existen, desde la limosna en la iglesia hasta la ayuda en el trabajo a alguien que lo necesite.
Tendemos a asociar mentalmente la idea de pobreza con un fraile descalzo y sin posesiones. Sin embargo, es una virtud mucho más cercana y atractiva que eso, y a la que nos conviene prestar atención con frecuencia, tanto en épocas de bonanza como en tiempos difíciles. Nos ayuda a mirar con perspectiva los bienes de este mundo y a jerarquizar nuestras prioridades, pese a que el dinero, el poder y la fama nos engañen a menudo con espejismos.