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Santiago Masarnau: amigo de Chopin y de los pobres

«Hemos perdido un artista, un sabio y un santo», así lloró Concepción Arenal en diciembre de 1882 la muerte de Santiago Masarnau, de quien el Papa Francisco acaba de firmar el decreto de reconocimiento de sus virtudes heroicas.

Nacido en Madrid en 1805, tenía 9 años cuando su padre fue nombrado secretario de la Mayordomía Mayor del rey Fernando VII. Ya entonces daba muestras de su sensibilidad para la composición e interpretación en el piano, y recibía formación de los mayores maestros de la capital. Con solo 10 años se sentó ante el órgano de El Escorial y ejecutó para la corte unas composiciones propias dedicadas a la reina.

Con el Trienio Liberal su padre perdió el favor del rey, y la familia tuvo que abandonar toda relación con la corte. Masarnau decidió entonces seguir formándose como pianista en Europa. Son años en los que trabó amistad con Chopin, Rossini, Mendelssohn o Pagagnini. Sin embargo, lo que le cambió la vida fue conocer en París en 1839 la Sociedad de San Vicente de Paúl. Un año antes había experimentado un acercamiento más vivencial al cristianismo gracias a una confesión general, pero en la capital francesa se encontró con la institución que fundó en 1833 el beato Federico Ozanam, a quien Juan Pablo II consideraba como «el precursor de la doctrina social de la Iglesia». «Nuestro objetivo es ayudar a los más pobres no desde la mera filantropía, sino porque vemos en ellos el rostro de Cristo», afirma Juan Manuel Buergo, presidente de la Sociedad de San Vicente de Paúl en España.

Santiago Masarnau quedó prendado de la vida de aquel grupo de laicos que unían acción y oración y que estaban implicados a fondo en la asistencia a los más necesitados, y enseguida le pidieron llevarlo a España. «No fue fácil porque, después de la invasión francesa, todo lo que venía de allí sonaba mal. Además, se trataba de una sociedad civil no regulada por el Derecho Canónico, lo que lo hacía todo más complicado», asegura Buergo.

«Si supieras lo que me dan…»

El 11 de noviembre de 1849, Masarnau fundó en la madrileña parroquia de San Sebastián la primera conferencia —así se llaman las reuniones de la institución— de la Sociedad en España. Creció muy deprisa y contó entre sus miembros con personalidades como Federico Madrazo, Donoso Cortés, Ventura de la Vega o Concepción Arenal —cuyo libro El visitador del pobre se convertiría en la guía de las conferencias de San Vicente de Paúl en toda Europa—. A los siete años ya había más de 100 conferencias en todo el país. Después de cada reunión se pasaba una bolsa y con ella se visitaba a los pobres para darles comida y dinero.

Juan Manuel Buergo desvela una anécdota de Masarnau que da la medida de su talla espiritual. Undía fue a visitar a uno de los pobres que conocía, pero al llegar a su casa le dijeron que llevaba varios días muerto. Ningún enterrador quería ir a por su cuerpo, debido al mal olor que despedía, pero Masarnau subió a por él y lo bajo a hombros para poder darle cristiana sepultura.

En 1866, la reina Isabel II le quiso en la corte como gentilhombre de palacio, y le ofreció 1.000 escudos de sueldo, pero él renunció alegando que eso no era compatible con su servicio a los pobres. Debido a su generosidad, su hermano le pedía que no diera tanto, pero él contestaba: «Si tú supieras lo que ellos me dan a mí…». Murió a los 77 años, en 1882, tan pobre como sus amigos pobres, diciendo antes de partir: «Lo he entregado todo».

«Ya en vida tenía una gran fama de santo. Ahora nos queda que la gente comunique favores por su intercesión y que la causa avance. Para todos Santiago Masarnau fue un auténtico modelo de entrega a los más pobres por Cristo», concluye Buergo.

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fuente: Revista Alfa&Omega, número del 28 de enero al 3 de febrero de 2021.