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Sacerdote de Brasil dedica su vida a que los niños de la calle conozcan el amor de Dios

(AyudaalaIglesiaNecesitada/InfoCatólica) En Brasil, vive y trabaja un sacerdote italiano que ha dedicado su vida a rescatar niños y jóvenes que viven en la calle, él es el Padre Renato Chiera.  Apodado por muchos como «el padre de los hijos de nadie» lleva 44 años realizando esta hermosa labor en Brasil.

Llegó a Brasil en 1978 y al encontrarse con la cruda realidad que atravesaban los niños sin hogar ni familia y que vivían bajo la violencia callejera de los barrios en Brasil, se dio cuenta que allí estaba presente la necesidad viva del amor de Dios: «Estos niños que no han sido “hijos” deben vivir la experiencia de ser amados para empezar a amar».

La labor del Padre Renato y su equipo es invaluable y transformadora, gracias a ella, niños que antes solo conocían el maltrato y la violencia, ahora sienten el amor de Dios y tienen una nueva oportunidad de vida.

La iniciativa de «La Casa do Menor de San Miguel Arcángel» comenzó en 1978, cuando el Padre Renato llegó a Brasil y comenzó a visitar las zonas más pobres del país.

En 1982 un joven sin padres que vivía en la calle y consumía drogas, llegó a la casa del Padre gritando: «Padre, no quiero morir, me han disparado, me van a matar». Lo apodaban «pirata», estaba sangrando.

El Padre le dio asilo y protección, lo catequizó y comenzó a trabajar, ya no quería llevar más esa vida. Pero lamentablemente el joven fue asesinado por uno de los llamados «escuadrones de la muerte». Este evento fue el detonante para que el padre decidiera que él tenía que hacer algo más grande por cambiar la vida de tantos niños y jóvenes que veía padecer y sin amor.

«Empecé a acoger a esos chicos, primero en mi casa, luego en la veranda y luego en el garaje. Mi pequeño coche podía pasar la noche fuera, pero Jesús, que estaba dentro de estos chicos, no. Así comenzó mi aventura».

Más de 100.000 niños y jóvenes han recibido la acogida de la Casa del Menor, casi 70.000 hoy tienen trabajo y un futuro diferente a su infancia, y muchos de ellos se han convertido en padres que conforman la «Familia de Vida» de la Casa del Menor.

Dice que no está arrepentido de haber abandonado la catedra de filosofía, se siente realizado como sacerdote y ama el rumbo que tomó su vida al ver tanto dolor y sufrimiento en tantos niños y jóvenes desprotegidos.

El Padre está muy agradecido con todas las personas que colaboran para seguir ofreciendo un hogar digno a estos niños.