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La Iglesia más bonita del mundo está en Brasil

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Decimos neogótico por intentar ubicarla en una categoría de estilo conocida. Pero es más que neogótico. Es claro que los arcos ojivales, las bóvedas que tiran hacia lo alto, las torres floridas, los frescos a lo Fra Angelico y demás elementos son particulares de este estilo nacido en la gran Edad Media. Pero realmente la Basílica de Fátima es más que gótica, es de un trans-gótico, un gótico del más allá. Y lo que más impacta es el colorido. Bien, es el conjunto, pero particularmente el colorido.

Las proporciones de sus tres naves no son gigantescas, son grandes y perfectas, con bóveda central muy hacia lo alto. Pero nuevamente es el color el que ayuda a subir, un color que en esa cúpula central es de un azul no ‘minuit' ni ‘crepusculaire', sino entre aguamarina y celeste, con lindas estrellas de oro.

"Du sublime au ridicule il n'y a qu'un pas": Lo sublime queda a un paso de lo ridículo, repiten los franceses. Es decir, procurar lo sublime -que muchas veces debe tener la característica de lo novedoso, porque lo bello pero común es menos bello- es algo que fascina pero arriesgado: si no se consigue se queda en ridículo y lo ridículo es feo, vergonzoso. ¿Combinar tonos naranjas con azules y con verdes, y con rojos? Solo Dios, en algunas de sus aves, también en los atardeceres, pero porque es Dios, autor de los colores. Entretanto la Basílica de Nuestra Señora de Fátima tiene la más magnífica combinación de colores que hayamos visto, contrastantes, armónicos, algunos no tan contrastados sino secuenciales, tal vez con predominancia de los pastel, pero no sólo de ellos. ¿Cómo se consiguió esto? Almas inspiradas, inocentes, bajo la guía de su fundador Mons. João Clá Dias. Almas inspiradas por Dios.

Las columnas tienen apliques de flores de lys y de otras figuras. Los vitrales son también muy floridos, salvo algunos como el del imponente Carlo Magno al final de la nave derecha. Los frescos representan diversos momentos de la vida del Señor, relacionados con el calendario litúrgico. Pero por todas partes colores, formas sí, pero que casi no son capaces de contener colores, colores que sirven de trasfondo a llamas, a lirios estilizados, a estrellas de diversos tamaños, a frescos también coloridos, colores que impregnan los arcos, las columnas.

Digno de nota es el suelo de la Iglesia, de mármoles y otras maravillosas piedras del Brasil, conformando bellas figuras, también muy coloridas, con la propia fuerza del color que emana de la piedra.

A la Basílica se llega pisando con cuidado, con un respeto que introduce el espíritu en otra clave; antes del atrio es este patio maravilloso el que prepara el alma para encontrarse con Jesús sacramentado.

Jesús sacramentado. La capilla del Santísimo Sacramento, detrás del presbiterio está llena de luz y paz. El fondo de la pared es blanco, blanco de resurrección y feliz y de serena quietud, con toques de llamas doradas. Encima del altar un retablo gótico realizado igualmente con las maravillosas piedras del Brasil, en el que se incrusta un inédito Sagrario, también en el magnífico estilo de los Heraldos del Evangelio. Aunque el Santísimo Sacramento no esté expuesto, lo que sí ocurre con frecuencia, el deseo que surje espontáneo es de hincarse y rezar, rezar, meditar, dejarse purificar por la atmósfera sobrenatural. Particularmente bellas son allí las fuertes puntas de arcos góticos que como lluvia de gracias caen sobre los adoradores.

Cada detalle en la Basílica fue realizado con esmero. Eso se percibe por ejemplo en las figuras decorativas que se sobreponen a los tonos plata y bronce de ciertos arcos. Pero realmente los detalles están en todo.