Qué frágiles somos, vasijas de barro que guardan almas inmortales.
He venido a rezar. A pedir misericordia para el mundo, para mí, para ti, y para los grandes pecadores, las almas benditas del purgatorio, mis hermanas.
A veces me gusta quedarme solo y rezar.
Hace un tiempo leí estas palabras del Evangelio y quise tener la experiencia de rezar en mi aposento, con la puerta cerrada, solo, en la presencia de Dios.
“Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mateo 6, 6)
Recuerdo que me encerré en mi cuarto. Hice la oración al Espíritu Santo, pidiéndole que me iluminara. Y luego recé el Padre Nuestro, despacito, sabiendo que estaba hablando con Dios. Fue maravilloso.
Hay ocasiones en que no rezo, sencillamente me quedo en silencio, con la certeza que Dios me ve y conoce lo que hay en mi corazón. Y disfruto su compañía. Nada se le escapa a Dios pues en “él vivimos, nos movemos y existimos”.
Me brota del alma esta jaculatoria: “Señor mío y Dios mío”.
A esta hora de la madrugada experimentas la dulce presencia de Dios. Y sientes que te dice: “Aquí estoy, contigo”.
No suelo compartir estos momentos de intimidad y cercanía con Dios pero hoy, por algún motivo, me he sentido llamado a pedirte que me acompañes y reces conmigo, y contemples conmigo la Majestad y la grandeza de Dios, Todopoderoso y Eterno.
¿Puedes experimentar su dulce presencia que lo llena todo? Es como una suavidad en el alma, un gozo indescriptible, un deseo de amar, a todos.
Es un momento maravilloso, único, irrepetible. Dios y tú. Dios Padre, creador, y sus hijos amados.
Me siento tan a gusto que exclamo esta bella jaculatoria, como solía decir el Padre Pio: “Quédate Señor conmigo».
«Quédate, Señor, conmigo,
porque es necesaria tu presencia para no olvidarte.
Sabes cuán fácilmente te abandono.
Quédate, Señor, conmigo, pues soy débil
y necesito tu fuerza para no caer muchas veces.
Quédate, Señor, conmigo,
porque eres mi luz y sin ti estoy en tinieblas.
Quédate, Señor, conmigo,
porque eres mi vida y sin ti pierdo el fervor.»
Dios te bendiga querido lector.
Gracias por acompañarme este rato de oración.
¡Qué bueno es Dios!
Claudio de Castro
Publicado originalmente en aleteia