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Santa Irene, Mártir - 20 de Octubre

Santa Irene, Mártir - 20 de Octubre

Santa Irene nació en un pueblo llamado Nabancia en Portugal. Sus padres fueron Hermigio y Eugenia y se esmeraron en dar a la niña una educación cristiana.
Un tío suyo llamado Selio, abad del monasterio de Santa María resolvió contribuir eficazmente al cultivo de aquella noble planta. Con esta mira encargó a Remigio, monje del mismo monasterio, que educara a la niña. Irene se educaba juntamente con Julia y Casta, tías suyas, y con otras jóvenes, las cuales vivían en gran recogimiento, dedicadas al servicio de Dios, con total separación de los tumultos del siglo.

Irene frecuentaba mucho los sacramentos. Un día la vio Britaldo, hijo de Castinaldo, señor del pueblo, quien quedó tan ciegamente enamorado de ella, que no pudiendo lograrla por esposa porque Irene tenía consagrada su virginidad a Jesús, cayó en una profunda melancolía y profunda tristeza, que lo pusieron en inminente riesgo de perder la vida.

Tuvo Irene revelación de la enfermedad que padecía Britaldo, y movida de caridad determinó visitarle a fin de curar al joven poseído de una pasión que exponía su salvación. Acompañada de algunas personas honestas, pasó a casa del enfermo, y le habló Irene con tanta energía sobre las prerrogativas y excelencias de su castidad y de los grandes favores con que Dios premia esta virtud tan agradable a sus divinos ojos, que serenado Britaldo enteramente, lo dejó consolado.

Volvió Irene a su retiro llena de alegría por el feliz éxito de una expedición tan peligrosa. El demonio valiéndose de la familiaridad que tenía Irene con Remigio, comenzó a hacer al monje tal cruel guerra, levantando en el corazón de Remigio una tempestad de tentaciones deshonestas, que rendido al fin a los violentos ataques del tentador, vino a manifestar su pasión a Irene. Irene reprendió al religioso quien resolvió vengarse de la inocente virgen, dándole a beber artificiosamente una bebida que le hinchó el vientre en términos que parecía estar embarazada.

Se divulgó la noticia por todo el pueblo; lo supo Britaldo y encendido en descompasados celos envió a un soldado a darle muerte a Irene. Salió una noche la Santa a desahogar sus penas a la ribera del río Naban, cercano al pueblo, y cuando estaba de rodillas en la más fervorosa oración bañada en lágrimas, el asesino le atravesó la garganta con una espada y arrojó al río el cuerpo de la Mártir.

Ya se deja de ver el sentimiento que causaría en sus tías Julia y Casta la pérdida de Irene. Estaban inconsolables temiendo algún rumbo desastrado en la sobrina, estimulada de la dolorosa pena que la afligía continuamente; pero aquel Señor que permitió el atentado por sus juicios impenetrables, providenció los más asombrosos medios para declarar la inocencia de su fidelísima sierva.

Se hallaba en oración su tío el abad penetrado del mismo sentimiento, y habiéndole revelado Dios todo el suceso, valiéndose del alto concepto que debía al pueblo, le convovó y condujo en solemne procesión al lugar del homicidio. Las corrientes del río Naban habían llevado el venerable cadáver al caudaloso río Tajo, y llegando a él la procesión, vieron con admiración todos los concurrentes, que retiradas las aguas de su antigua corriente, habian dejado en seco el cuerpo de la Santa sobre un suntuoso sepulcro, labrado por ministerio de los Ángeles, con repetición del mismo asombroso prodigio que sucedió en la muerte de San Clemente Papa.

Quiso el abad con toda la comitiva extraer el cadáver de aquel lugar; pero no pudiendo conseguirlo a pesar de las más eficaces diligencias, quedaron todos convencidos de que era voluntad de Dios que allí permaneciese, confirmándose más en este concepto con el nuevo prodigio que ocurrió luego que se retiraron, que fue volver las aguas del Tajo a su antigua corriente, cubriendo con su cristalina pureza la infame nota que fulminó la iniquidad contra la casta esposa de Jesucristo, que quiso recomendar la santidad de su fidelísima sierva con la referida maravilla y con otros muchos milagros que obró al contacto de algunas reliquias que el abad trajo a su monasterio: tomando el pueblo de Scalabiz, en cuya jurisdicción estaba el sepulcro, el nombre de Santa Irene, bien que corrompido y abreviado el vocablo, ha quedado el de Santaren.

Del monje Reimigio y del soldado que asesinó a la Santa virgen dicen los Breviarios que en Roma hicieron digna penitencia de sus pecados. Fijan este suceso el año 653, en que reinaba Recesvinto en España.