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Yo os daré descanso

El Señor no reserva esta frase para alguien, sino que la dirige a “todos” los que están cansados y oprimidos por la vida. ¿Y quién puede sentirse excluido en esta invitación? Jesús sabe cuánto puede pesar la vida. Sabe que muchas cosas cansan al corazón: desilusiones y heridas del pasado, pesos que hay que cargar e injusticias que hay que soportar en el presente, incertidumbres y preocupaciones por el futuro.

Ante todo esto, la primera palabra de Jesús es una invitación a moverse y reaccionar: “venid”. El error, cuando las cosas van mal, es permanecer donde se está, tumbado ahí. Parece evidente, pero ¡qué difícil es reaccionar y abrirse! No es fácil. En los momentos oscuros surge, de manera natural estar con uno mismo, pensar en cuánto es injusta la vida, en cuánto son ingratos los demás y qué malo es el mundo y demás. Algunas veces hemos padecido esta fea experiencia.

Pero así, cerrados dentro de nosotros, vemos todo negro. Entonces incluso llega a uno a familiarizarse con la tristeza, que se hace de casa: esa tristeza que nos postra, es una cosa fea esta tristeza. Jesús en cambio quiere sacarnos fuera de estas “arenas movedizas” y por eso dice a cada uno: “¡ven!” - “¿Quién?” - “tú, tú, tú...”. La vía de salida está en la relación, en tender la mano y en levantar la mirada hacia quien nos ama de verdad.

Saber a dónde ir

Efectivamente salir sólo no basta, es necesario saber a dónde ir. Porque muchas metas son ilusorias: prometen descanso y distraen sólo un poco, aseguran paz y dan diversión, dejándonos luego en la soledad de antes, son “fuegos artificiales”. Por eso Jesús indica dónde ir: “venid a mí”.

Muchas veces, ante el peso de la vida o una situación que nos duele, intentamos hablar con alguien que nos escuche, con un amigo, con un experto... Es un gran bien hacer esto, ¡pero no olvidemos a Jesús! No nos olvidemos de abrirnos a Él y contarle la vida, encomendarle personas y situaciones. Quizás hay “zonas” de nuestra vida que nunca le hemos abierto a Él y que han permanecido oscuras, porque no han visto nunca la luz del Señor. Cada uno de nosotros tiene su propia historia. Y si alguien tiene esta zona oscura, buscad a Jesús, id a un misionero de la misericordia, id a un sacerdote, id... Pero id a Jesús, y contadle esto a Jesús.

“¡Ánimo, no te rindas!

Hoy, Él dice a cada uno: “¡Ánimo, no te rindas ante los pesos de la vida, no te cierres ante los miedos y los pecados, sino ven a mí!”. Él nos espera, nos espera siempre, no para resolvernos mágicamente los problemas, sino para hacernos fuertes en nuestros problemas. Jesús no nos quita los pesos de la vida, sino la angustia del corazón; no nos quita la cruz, sino que la lleva con nosotros. Y con Él cada peso se hace ligero (cf. v. 30) porque Él es el descanso que buscamos. Cuando en la vida entra Jesús, llega la paz, la que permanece en las pruebas, en los sufrimientos. Vayamos a Jesús, démosle nuestro tiempo, encontrémosle cada día en la oración, en un diálogo confiado y personal; familiaricemos con su Palabra, redescubramos sin miedo su perdón, saciémonos con su Pan de vida: nos sentiremos amados y consolados por Él.

Es Él mismo quien lo pide, casi insistiendo. Lo repite una vez más al final del Evangelio de hoy: “Aprended de mí [...] y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11, 29). Aprendamos a ir hacia Jesús y, mientras que, en los meses estivales, buscamos un poco de descanso de lo que cansa al cuerpo, no olvidemos encontrar el verdadero descanso en el Señor. Nos ayude en esto la Virgen María nuestra Madre, que siempre cuida de nosotros cuando estamos cansados y oprimidos y nos acompaña con Jesús.

 (Ángelus - Plaza de San Pedro - Domingo 9 de Julio de 2017)