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Valiente, aunque no tanto

Escritor

Los niños de la catequesis, que se apretujaban detrás de una columna de la catedral, se quedaron estupefactos cuando vieron entrar por la puerta al coronel Alberico. Éste era un viejo y respetable señor de porte marcial, que ostentaba en su pecho numerosas condecoraciones y medallas, testimonio de su valentía y coraje.

Sin embargo, quien se fijara en él en ese momento podía percibir algo de miedo en su mirada y una actitud poco habitual: caminando con paso ligero, pero vacilante, el aguerrido coronel se dirigía hacia uno de los confesionarios de la nave lateral… Pero a escasos metros cambió de dirección y entró en la capilla de la Madre del Buen Consejo, donde se detuvo a rezar, sentado en el último banco.

-¡Vaya, no me lo puedo creer! ¡El coronel rezando! -exclamó con su características espontaneidad el pequeño Enrique.

-Nunca lo ha demostrado en público, es verdad. Aunque yo lo he visto muchísimas veces entrando en la catedral así, de una manera muy discreta, para rezar –dijo Lucas con aires de quien lo sabe todo.

-A lo mejor tiene vergüenza de… -balbuceaba Víctor, pensando en voz alta, mientras era interrumpido por Miguel.

-Parecía que iba a arrodillarse en el confesionario y…

Entonces decidieron contarle al P. Mateo lo que habían visto. Al pasar al lado de la capilla de la Virgen del Buen Consejo, algunos se separaron del grupo para mirar más de cerca al coronel, que aún se encontraba allí, rezando circunspecto.

-¡Ajá, es él mismo! Vamos a investigar qué está haciendo -propuso Enrique.

Y enseguida fue adelantándose en la aventura.

-¡Buenos días, Sr. Coronel! Qué bien verlo rezando por aquí…

-¿Desea reservarse un lugar en la cola de la confesión? Si quiere, nosotros podemos… -completaba Miguel.

Un estremecimiento hizo saltar al coronel, pues no esperaba ser descubierto de forma tan inesperada, y menos aún por gente tan joven. Con una expresión afligida y los labios trémulos, se levantó militarmente del banco, saludó a los niños con un leve gesto de mano y salió apresuradamente.

-¿Por qué se habrá quedado tan confundido cuando le hemos saludado? -se preguntaba Miguel.

-¿No será acaso que tiene vergüenza de rezar? -decía Víctor.

El P. Mateo, al ser abordado por los niños, los incentivó a que rezaran por el coronel diciéndoles:

Reconciliarse con Dios

-En la vida de un hombre hay ciertas decisiones que exigen más valentía que luchar en una guerra: acercarse humildemente al tribunal de la Penitencia es, a menudo, una de ellas. Tenéis que rezar mucho para que el coronel reciba de nuestra Madre celestial la fuerza necesaria para reconciliarse con Dios, porque hace décadas que no se atreve a dar ese pasó.

Los muchachos acordaron rezar un Rosario todos los días pidiéndole a la Reina de las Victorias que le concediera al coronel Albarico la energía de alma necesaria para confesarse cuanto antes de sus faltas y recibir la absolución sacramental.

Los días iban pasando muy lentamente…

Llegó el comienzo de la primavera y con éste los festejos de la fundación de la ciudad. Según la costumbre, en esas fechas los niños que harían la Primera Comunión consagraban a Dios sus pequeños corazones e imploraban gracias de prosperidad y bienestar para todos.

Aquel año, Enrique, Lucas, Víctor y Miguel se esteban preparando para recibir tan sublime sacramentos; además de ansiosos por ese esperado momento, le pedían a Dios que el coronel los procediera en la confesión y la comunión solemne. Día tras día habían rezado por él e incluso se turnaban para reservarle un sitio en la cola del confesionario. Con todo, no había ninguna señal que indicara que el valeroso militar decidiera confesarse…

A una madre nunca se le niega una petición

Con sus tiernos corazones oprimidos por la decepción, los niños decidieron reunirse para discutir qué podrían hacer a fin de conmover al coronel Alberico y tuviera el coraje de tomar tan importante resolución. Charlaron ampliamente proponiendo numerosas soluciones y, al final, optaron por una idea singular: le escribirían una carta en nombre de la Virgen, rogándole que se confesara… Puesto que a una madre nunca se le niega una petición, ¡eso sería algo infalible para convencerlo!

¿Cuáles son las mejores palabras que emplearían y cómo harían que el coronel entendiera lo que la Madre del Cielo le quería decir? No fue otro el objeto de sus pensamientos e infantiles reuniones durante toda la semana. Cuando, finalmente, consiguieron componer su misiva, le pidieron al P. Mateo que la corrigiera, pues la gramática no era su fuerte…

Al anochecer de aquel día, el coronel Alberico entró en su casa como de costumbre. Margarita, su cocinera, le dijo que había dejado encima de la chimenea un correo urgente para él. Era un pequeño sobre blanco, sin sello ni remitente…

Lo abrió con cuidado y, al desdoblar la hermosa hoja de papel y leer el mensaje, copiosas lágrimas cayeron por sus mejillas:

La Madre del Buen Consejo

“Querido hijito mío, conozco la valentía de tu corazón, conozco tus esperanzas, tus miedos e incluso tus problemas. Soy la Madre del Buen Consejo, aquella a la que recurres en tus dificultades. Veo que tienes mucho coraje sirviendo a la patria, y en ello reconozco una dádiva de mi Hijo amado para contigo. No obstante, te pido que des un paso más en tu dedicación y entrega, y que aceptes mi invitación: lucha denodadamente contra tus defectos y pecados, lava tu alma en el sagrado tribunal de la Penitencia y, yo María Santísima, tu Madre, te prometo el premio de la bienaventuranza final”.

Tales palabras iban acompañadas de tanta unción, fruto de las oraciones ardorosas de los pequeños apóstoles, que tocaron profundamente al viejo militar. Se dirigió apresuradamente hacia la catedral, esperando encontrar todavía al sacerdote en el confesionario. A algunos conocidos y amigos suyos que lo paraban por el camino para preguntarle a dónde iba tan resuelto, les respondía con convicción:

-¡Voy a donde muchos deberían ir si tuvieran valor para ello!

Y así, venciendo el miedo y la vergüenza de reconocer sus propios pecados, el valiente coronel fue diciéndole sus faltas al P. Mateo y preparándose para recibir al día siguiente la comunión junto con los niños.

Después de estos acontecimientos, nunca tuvo recelo de profesar en público su fe: he aquí el gran premio que recibió del maternal Corazón de su Madre Santísima.