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Piensa en los novísimos y no pecarás

La ira del Juez que vendrá. Esté es el viento grande, etc. De él dice Isaías: Será espíritu de juicio para el que e sienta en el trono. Y: Aquel día castigará Yahveh con su espada dura, grande y fuerte, al Leviatán, serpiente barra, tortuosa, y matará al cetáceo que está en el mar. Espada es el Hijo, que el Padre blandirá en el juicio. El blandir la espada produce doble efecto: resplandor y sombra trémula. Así, Cristo mostrará en el juicio a los justos la gloria de la divinidad, y a los injustos la forma del hombre asumido, de modo que vean al que transpasaron. Esta espada se dice dura, porque no se doblegará ni con preces ni con dinero; grande porque lo abarcará todo; fuerte porque aplastará todo. Por tanto, en el día del juicio, el Padre castigará, por su Hijo, al Leviatán, que es el diablo y sus miembros. Se le llama serpiente por su astucia; barra, es decir, inflexible, por la soberbia; tortuoso, por la envidia; cetáceo, por la rapiña. Así son también sus miembros, en cuya vida, amarga por los pecados, habita el diablo. Éste es el viento que derriba los montes, es decir, a los poderosos y soberbios de este mundo, y rompe las piedras, es decir, los corazones infieles.

La sentencia de los condenados: Y después del viento, el terremoto. Del cual dice Isaías: Se quebrará en pedazos la tierra, o sea, el soberbio; se desmenuzará en polvo la tierra, o sea, el avaro; temblará con terremotos la tierra, o sea, el iracundo; se agitará la tierra como un borracho, o sea, el goloso y el lujurioso. El Señor clama todo el día: Venid a mí todos los que estáis agobiados. Y se niegan a acudir. Entonces tendrán que oír: Id, malditos. ¡Cuál no será entonces aquella conmoción, estrépito y tumulto, dolor y gemido, rechinar de dientes y llanto, cuando aquella bestia, el diablo, con todos los impíos, sea precipitado en el infierno!

Las llamas del infierno. Y después del terremoto, el fuego. Del cual dice Isaías: Llega Yahveh en el fuego, y es su carro un torbellino. Mostrará su furor con indignación, y sus  amenazas con llamas de fuego. Porque va Yahveh a juzgar por el fuego. Y en Judit se lee: Dará al fuego  y a los gusanos sus carnes, para que se abrasen y sufran tormentos por toda la eternidad.

La gloria de los bienaventurados. Y después del fuego, el silbo de suave brisa: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino. Allí estará el Señor dulce y suave, laudable y amable, piadoso y benigno. No estará así en el espíritu de indignación, en la conmoción de los condenados, en el fuego del infierno, sino en el silbo de la suave brisa, esto es, de la inefable misericordia. Por eso dice en Zacarías: Yo los silbaré y los congregaré, porque los he rescatado. Entonces, como dice san Isidoro, los santos conocerán más y mejor cuánto bien les trajo la gracia, qué habrían conseguido si la misericordia divina no los hubiese elegido gratuitamente, y con cuánta verdad se canta en el Salmo: Quiero cantar tu misericordia y tu justicia, Señor. Hay que saber con toda certeza que nadie será salvo, sino por graciosa misericordia, y nadie será condenado sino por justo juicio.

Guardémonos, pues, queridos míos, del viento de la soberbia, del terremoto de la avaricia y de la ira, del fuego de la gula y de la lujuria. En nada de esto está el Señor. Humillémonos con el silbo de nuestra confesión y acusación, mansedumbre y paz, porque ahí está el Señor, a fin de que el día del juicio merezcamos oír: Venid, benditos. Ayúdenos Él, que es bendito por los siglos. Amén.