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Los apuros de Eva

En el momento de entrar al portal, alguien que la había seguido entró detrás de ella, la empujó contra la pared y se llevó el bolso corriendo. Al oír los gritos unos cuantos vecinos bajaron, otros desde la calle entraron y allí se encontraron a su vecina triste y nerviosa a la vez. Unos intentaban consolarla, otros llamaron a la policía, otros la aconsejaban que no sacara tanta cantidad de golpe, pero nada de eso le servía  en esos momentos. Lloraba y lloraba…

Mientras tanto, bajó a la portería para dirigirse a su trabajo, Alfonso, un vecino muy respetado por todos en esa comunidad. Se detuvo junto a Eva, preguntándole qué había sucedido y una vez enterado de todo decidió tomar cartas en el asunto, de manera que volvió otra vez a su domicilio y al momento bajó con un papel, en el que con letra de ordenador, colocó en un lugar visible para todos los vecinos. Allí animaba a todos los propietarios a recaudar dinero hasta poder reunir la cantidad necesaria para cubrir la pensión de la Sra. Eva. Ésta también lo leyó, emocionada y agradecida por la actuación generosa de D. Alfonso.

Ningún vecino habría tomado esa resolución, pero sí estuvieron de acuerdo en su idea, ya que lo tenían como una persona honesta, considerada e inteligente. D. Alfonso en el escrito se ofrecía como tesorero, encargándose de presentar a cada vecino su correspondiente recibo por la cantidad donada.

Así pues, durante varios días, fueron pasando por casa de D. Alfonso muchos vecinos, aportando en la medida de sus posibilidades, diferentes cantidades, hasta lograr cubrir la pensión.

Una mañana, Eva pensó ir a la puerta de la Iglesia a pedir limosna, ya que aunque sabía que los vecinos estaban recaudando dinero para ella, ésta no disponía de efectivo alguno, ni tan siquiera para poder comprar comida.

Cuando llegó a la Iglesia, entró, estaban rezando el Rosario. A continuación seguían con la Misa. Ella no era practicante, pero sí algo creyente. Reconocía que tenía algo abandonada esa parte de su vida, la espiritual. Se acercó a esas personas, tímidamente y cuando le preguntaron si necesitaba algo, ésta se volcó contándoles su historia; que estaba sola, que no tenía familia, que ya era bastante mayor y recibía una pequeña pensión que para colmo se la habían robado hacía unos días, que sus vecinos la estaban ayudando pero por el momento no tenía dinero para poder comprar comida. Los feligreses que la escucharon le dieron algo y la invitaron a seguir viniendo a Misa. Así coincidió  el hecho de que esta mujer anciana y sola, comenzase a tener amistades, volviera a la Iglesia y recuperase la fe.

Transcurridos unos días los vecinos de su comunidad le hicieron entrega del dinero recaudado, consiguiendo pues, cubrir su pensión.

D. Alfonso se había fijado en la vida que llevaba Eva, sola, mayor, con pocos recursos… si caía enferma, ¿quién se encargaría de ella? Así pues decidió informarse en Servicios Sociales del barrio y empezó a tramitarle una ayuda económica para personas en su situación. Le pidió determinados documentos, tales como las rentas percibidas, informes médicos…

Al cabo de unos meses le vino aceptada una ayuda económica y una domiciliaria, consistiendo esta última en una trabajadora familiar que la ayudaría en su domicilio. Eva estaba feliz, muy feliz, su situación iba mejorando, tenía más ayuda, en todos los niveles… no tenía suficientes palabras de agradecimiento, ni para los vecinos, ni para D. Alfonso, que habían hecho una obra de caridad para con ella.

Todos habían sacado algún bien en esta historia. Unos recuperaban la fe y otros practicaban la ayuda al prójimo.