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Lo que se nos pide a los cristianos

Un ejemplo claro y rotundo es el de la igualdad educativa que trata de identificar a niños con niñas y viceversa, que a la postre está generando niños afeminados e irrealizados, porque no se les forma según su sexo. En lugar de reconocer el valor idéntico que poseen chicos y chicas, a aquéllos simplemente se les trata de equiparar a las niñas.

Leí hace poco un libro sumamente interesante a este respecto, titulado “Educando para la igualdad” y escrito por María Calvo Chocarro, una profesora universitaria de Madrid, Presidenta de la European Asociation Single Sex Education y experta en la educación infantil.

Entre otras cosas, Calvo explicaba cómo se ha constatado algo que los propios padres y madres ya sabían por experiencia, a saber: que la velocidad en la maduración, cerebral y física, de niños y niñas es distinta. Y es que diversos estudios han demostrado que el hemisferio izquierdo madura en las mujeres mucho antes que en los varones. Ahora bien, se trata de una diferencia que dura únicamente hasta, más o menos, los treinta años, edad en la que se igualan. Y esto sin importar la cultura o la raza.

Por otro lado, los niños necesitan moverse mucho y desahogar la testosterona; las niñas, no. Los niños, salvando las excepciones, son competitivos, violentos, peleones y más valientes; las niñas, colaboradoras, negociadoras, más psicológicas, más sentimentales y más precavidas. Los chicos son más deductivos, objetivos y prácticos; las chicas, más inductivas, subjetivas y sentimentales.

Éste es uno de tantos temas que se discuten hoy en día, muy polémico, en efecto, pero pienso que porque nos gusta ver controversias en donde no las hay. Y, como decía al principio, tengo la sensación de que el relativismo está introduciéndose, sin que nadie lo exija ni muchos lo aprecien, en el frágil campo del sentido común, en el de lo evidente e innegable. O sea, que tanto escepticismo y tanto progresismo barato están llevando las cosas hasta el absurdo con tal de defender el individualismo y la felicidad de cada uno.

Pero nosotros, los cristianos – sé que vengo insistiendo en este punto desde hace tiempo -, no podemos caer en esa misma actitud. Una cosa es ser inquieto, intelectualmente curioso e incluso suspicaz, y otra muy distinta es negar la evidencia o evitar aferrarse a cualquier verdad. Los cristianos defendemos, ante todo, una verdad, la de Jesucristo, y aunque estamos realmente abiertos al debate y escuchamos al prójimo con ganas de aprender, no podemos renunciar a cuestiones tan capitales como el valor de la vida humana, de la caridad, de la sexualidad, de la laboriosidad o de la honradez.

Diciembre es el mes de la Navidad, de las vacaciones (para muchos) y, con frecuencia, de los reencuentros familiares. Pero básicamente es el mes en que podemos volver la vista sobre este año que cerramos y, frente al Niño en el belén, recapacitar sobre el grado de compromiso que queremos con Dios y sobre el rumbo que deseamos dar a nuestras vidas. No perdamos de vista la parábola de los: si Dios nos ha dado mucho, nos exigirá otro tanto.