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La misión del cristiano

Los “obreros” de los que habla Jesús son los misioneros del Reino de Dios, a los que Él mismo llamaba y enviaba “de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir”. Su tarea es anunciar un mensaje de salvación dirigido a todos los misioneros, que anuncian siempre un mensaje de salvación a todos, no sólo a los misioneros que van lejos, también a nosotros misioneros cristianos que decimos una palabra buena de salvación. Y éste es el don que nos da Jesús con el Espíritu Santo. Este anuncio es el de decir: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”. En efecto, Jesús ha “acercado” a Dios a nosotros; en Jesús, Dios reina en medio de nosotros, su amor misericordioso vence el pecado y la miseria humana.

Y ésta es la Buena Noticia que los “obreros” deben llevar, a todos: un mensaje de esperanza y de consolación, de paz y de caridad. Jesús, cuando envía a sus discípulos para que lo precedan en las aldeas, les recomienda: “Digan primero: ¡Que descienda la paz sobre esta casa!… Curen a sus enfermos”. Todo ello quiere decir que el Reino de Dios se construye día a día y ofrece ya, en esta tierra, sus frutos de conversión, de purificación, de amor y de consolación entre los hombres. ¡Es una cosa linda! Construir, día tras día, este Reino de Dios que se va haciendo. No destruir, construir.

En un mundo difícil

¿Con qué espíritu el discípulo de Jesús deberá desarrollar esta misión? Ante todo, deberá tener conciencia de la realidad difícil, y a veces hostil, que le espera. Jesús no ahorra palabras sobre esto. Jesús dice: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos”. Clarísimo. La hostilidad, que está desde siempre, desde el comienzo de las persecuciones de los cristianos, porque Jesús sabe que la misión está obstaculizada por la obra del maligno. Por ello, el “obrero” del Evangelio se esforzará en estar libre de condicionamientos humanos de todo tipo, no llevando ni dinero, ni alforja, ni calzado, como ha recomendado Jesús, para confiar sólo en el poder de la Cruz de Cristo. Ello significa abandonar todo motivo de vanagloria personal, de arribismo, de fama,  de poder, y ser instrumentos humildes de la salvación obrada por el sacrificio de Jesús.

La misión del cristiano en el mundo es una misión estupenda, es una misión destinada a todos, una misión de servicio sin excluir a nadie; requiere mucha generosidad y sobre todo elevar la mirada y el corazón, para invocar la ayuda del Señor. Hay tanta necesidad de cristianos que testimonien con alegría el Evangelio en la vida de cada día. Los discípulos enviados por Jesús “volvieron llenos de alegría”. Cuando hacemos esto, el corazón se llena de alegría. Y esta expresión me hace pensar en cómo se alegra la Iglesia; se alegra cuando sus hijos reciben la Buena Noticia gracias a la dedicación de tantos hombres y mujeres, que cotidianamente anuncian el Evangelio: sacerdotes, esos buenos párrocos, que todos conocemos, religiosas, consagradas, misioneras, misioneros; y me pregunto, escuchen la pregunta: ¿cuántos de ustedes jóvenes, que ahora están presentes, hoy, en la plaza, sienten la llamada del Señor para seguirlo? ¡No tengan miedo! Sean valientes y lleven a los otros esta antorcha del celo apostólico, que nos ha sido dada por estos ejemplares discípulos.

Roguemos al Señor, por intercesión de la Virgen María, para que no falten nunca en la Iglesia corazones generosos, que trabajen para llevar a todos el amor y la ternura del Padre celeste”.

(ÁNGELUS Plaza de San Pedro Domingo 3 Julio 2016)