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La Aventura de vivir

No nos hallamos a gusto con lo que sucede a nuestro alrededor y protestamos por casi todo, pero no lo hacemos ni demasiado alto ni demasiado fuerte, porque nos sentimos cansados e incrédulos. Como si estuviera sucediendo algo previsible e inevitable. Alejados de cualquier protagonismo, la volatilidad ha pasado a formar parte de nuestras vidas como si de una especie de enfermedad moral, y no mortal, se tratara.

No estamos cansados de nada en concreto, sino de cuanto nos rodea. Faltos de interés ante las novedades, que se avecinan, temerosos de los nuevos retos, que nos presenta nuestro entorno.

No deseamos aventuras cuyo desenlace sea imprevisible, pero tampoco nos gusta lo que prevemos va a llegar.

Por una vez desearíamos vivir en un mundo estable y equilibrado, exento de sorpresas y vaivenes. Quisiéramos encontrar un remedio para nuestra enfermedad moral y por ello nos aproximados a los otros, a quienes nos rodean; no para que nos ayuden sino para que nos consuelen. Para formar un grupo mayor con ellos. Como si la cantidad limitara el problema.

Un grupo en el que no tengamos que inventar.

¿Somos egoístas?

Es, posiblemente, nuestro egoísmo, el que nos hace rogar por el mantenimiento de los equilibrios conocidos. En verdad, una de las pocas certidumbres, que aceptamos, es la de que el egoísmo salvará nuestro particular universo.

Quizás esta situación haya nacido de la impresionante velocidad a la que se presentan ante nosotros las novedades tecnológicas. Por ello, la inacción, la pasividad, nos parecen realidades aceptables, aunque no sean ilusionantes.

Hace un par de semanas me encontré con un amigo al que hacía tiempo no veía. Me preguntó:

- ¿Qué estás haciendo ahora? - No sé porque, le contesté:

- Escribo sobre Sudán.

- Sobre Sudán, ¿a quién le interesa eso? La mayor parte de la gente ni siquiera sabe dónde está Sudán.

De pura rutinaria, nuestra existencia se ha hecho muy complicada. Toda nuestra vida está tan planificada que casi no queda espacio para lo imprevisto, y, sin embargo, nuestro entorno se ha vuelto, volátil, inseguro, impredecible.

Nuestra historia está formada por una serie de tópicos y compromisos artificiales, que hacen improbable la casualidad, la espontaneidad, la aventura. Cada vez que pienso en estas cosas, mi mente regresa a El Cairo, la ciudad en la que, contemplando a la gente, que se movía de un lado a otro, que vendía mil y uno objetos extraños, que se dedicaba a improvisar actividades imposibles en busca de unas monedas, pensé: "Aquí, la gente vive de milagro." Y la verdad era que muchos de sus habitantes parecían salir de casa, a las mañanas, en busca del milagro, que les permitiera solventar las necesidades de la jornada.

África, que, en su antigüedad, ha encontrado una nueva sabiduría juvenil, se renueva cada día con acciones, que a nosotros nos parecen primitivas, pero que encierran las necesidades reales del ser humano: la amistad, la solidaridad, la fidelidad, la libertad, la curiosidad, el gusto por vivir y contemplar su cielo inmensamente azul.

Un conocido, ingeniero en paro y realizando mil labores para sobrevivir, me decía, mientras me enseñaba una fotografía de su familia: “Sueño, cada día, con regresar a casa y ver a mi mujer y a mi pequeño hijo.”

En Sudán comprobé que existe gente que se conforma con comer para vivir, que disfruta de la alegría de sentirse viva y feliz con los suyos y que no goza un especial placer por acumular riquezas a su alrededor. Que vive en una inseguridad esquiva, en la que el largo plazo no existe. Los antepasados de esa gente, sin embargo, poseían una elevada cultura cuando los nuestros se dedicaban a cazar lo que pasaba por delante de sus cavernas.

El mundo comenzará a cambiar, cuando tú cambies

Me cuesta olvidar aquel infinito cielo recostándose sobre un desierto vacío, que acababa en las negras montañas, que rodeaban los pequeños valles. Un lugar para soñar con la vida. Un lugar en el que el futuro de muchas personas depende del agua, de las pequeñas alubias, que cogen de las acacias, y de la carne de una enjuta cabra, que comparten en los días de fiesta grande. Un lugar para soñar con realidades sencillas y con placeres cotidianos, como la amistad y la camaradería. Un país para recordar.

Nadie está conforme con su existencia. A nadie le gusta su entorno. Quisiéramos cambiar tantas cosas. La injusticia, la falta de caridad y de amor, la corrupción, la guerra, la falta de equidad... Protestamos por las cosas que no nos gustan, por las que debieran mejorar, pero no nos damos cuenta de que no hacemos demasiado, para ayudar a que cambien. Uno de estos pasados días leí un anuncio que me impactó: "El mundo comenzará a cambiar, cuando tú cambies." No recuerdo cual era el producto, que se anunciaba bajo el lema, pero me gustó el planteamiento.

Es un afán lógico que deseemos mejorar nuestro entorno, pero nunca pensamos en lo que hacemos para lograrlo.