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Iglesia y sociedad

La abundancia de acontecimientos, la multiplicidad de  situaciones diferentes, sociales, políticas y económicas, lleva a la Iglesia a acercarse a aquellos que proponen una comprensión nueva de la revelación cristiana, acerca de la forma de vida de los seres humanos como hijos de Dios, sobre el interdependencia entre los pueblos, sobre la utilización de la Creación, sobre el presente y el porvenir de la humanidad.

La inculturación del Evangelio en la sociedad se ha traducido a través de palabras, de  textos, de obras de arte, de la música, de los modos de vida particular y concreta de los hombres y mujeres de cada época. Numerosos testimonios lo atestiguan desde los Hechos de los Apóstoles, hasta las grandes encíclicas sociales de finales del siglo XIX y del siglo XX. Ya en la carta a Diogneto (del siglo II.) se nos dice que “los cristianos están  en el mundo sin ser del mundo, ellos se encuentran como el alma en el cuerpo; son  actores de transformaciones sociales con el riesgo, a veces, de provocar situaciones incomodas, vividas en las fronteras entre su concepción de la vida humana y los proyectos de la sociedad que contribuyen a construir con sus contemporáneos.

La confrontación entre el evangelio y las diferentes formas de vivir,  en cada época y en cada cultura, ha elaborado poco a poco a través de los siglos, esa realidad que es una forma de un pensamiento, una manera de estar ante Dios y el mundo y, por tanto, una doctrina social de la Iglesia.

Esta forma de pensar y vivir aparece como una sabiduría, un gusto por la vida, que actualiza el Evangelio y oferta fórmulas reales para el compromiso de los hombres y mujeres de hoy. En este sentido su tarea no se acababa nunca hasta alcanzar el Reino de Dios entre nosotros. Por ello, la Iglesia nos invita a escudriñar permanentemente los signos de los tiempos, a observar el interior de la sociedad, vibrar ante los asuntos más complejos y discernir todo desde la óptica de la fe, y nos propone aquello que respeta mejor los designios de  Dios y la dignidad de la persona humana.

He aquí el reto constante para una presencia pública de la fe, en una sociedad que tantas veces le quiere volver la espalda. Es un tema urgente para meditar y proponer en la nueva realidad sociopolítica de nuestro país.