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Es tiempo de caminar

Desde entonces hasta nuestros días han transcurrido cinco siglos; sin embargo el paso del tiempo no solo no ha borrado su figura, sino que la ha ido agrandando. Su existencia quedó enmarcada temporal y geográficamente en la España del siglo XVI. No obstante, sin dejar de ser hija de su época, Teresa ha sido capaz de romper los estrechos márgenes espacio-temporales que le fueron impuestos para hacerse compañera de camino del hombre y de la mujer de nuestros días. A nosotros, que vivimos en el siglo XXI no hemos conocido en vida a la Madre Teresa de Jesús. Pero podemos reconocerla viva en sus hijas, las Carmelitas, y en sus escritos.

Tras una intensa actividad fundacional, Teresa de Jesús cerró los ojos a esta vida en Alba de Tormes el 4 de Octubre de 1582. Cansada y enferma entregaba su alma a Dios, no sin antes pronunciar aquellas célebres pala­bras: «Es tiempo de caminar», palabras que expresan no solo el estilo de vida de una mujer, calificada despectivamente como «inquieta y andarie­ga», sino la condición peregrinante de todo ser humano. Ahora y siempre es tiempo de caminar. Convencida de ello, Teresa de Jesús no solo nos ani­ma a seguir caminando a pesar de los obstáculos y dificultades que puedan sobrevenir, sino a no perder nunca de vista la meta del camino: esa meta no es otra sino la verdad, y su consecución justifica sobradamente los trabajos y penalidades sufridos. A este respecto, es muy elocuente que, en los tiem­pos modernos, otra gran mujer, Edith Stein, confesara haber encontrado la verdad leyendo la Vida de santa Teresa de Jesús.

Huella imborrable

Esta mujer, andariega de tosco sayal, dejó huella imborrable en todos los órdenes de la vida. Prueba de ello es que su figura ha sido venerada y estudia­da desde las perspectivas más diversas a lo largo de los cinco siglos transcurridos desde su nacimiento hasta nuestros días. Ávila y Alba de Tormes son los hitos que marcan la trayectoria vital y espiritual de Teresa de Cepeda y Ahumada. En la fría y amurallada ciudad castellana atisbó la luz por vez primera, y en la Villa Ducal ribereña del Tormes dio su último suspiro arropada por la comunidad carmelitana que ella misma había fundado.

Estamos finalizando un año pleno de celebraciones y homenajes. Instancias esta­tales, autonómicas, provinciales y locales han dado a este acontecimiento una inusitada relevancia. Las más altas jerarquías eclesiásticas, encabezadas por su máximo representante, el Papa Francisco, se han implicado en el quinto centenario tere­siano. La orden carmelitana, por su parte, ha acogido con satisfacción y legítimo orgullo el patrocinio de un evento de singular importancia para una comunidad que ha dado sobradas muestras de recia espiritualidad, fortaleza, sabiduría y entrega por todo el mundo.

“Es cosa de ver”

Teresa nos muestra a cada uno de nosotros esa ilimitada capaci­dad para imaginar, para admirarse, maravillarse, espantarse, extrañarse tanto ante fenómenos de la naturaleza como ante los misterios sobrenaturales y mostrar su asombro en esa doble vertiente. Expresiones como «es cosa de ver» se repiten con frecuencia e ilustran ese espíritu abierto a la admiración de cuantas cosas puso Dios sobre la faz de la tierra, desde las más pequeñas criaturas hasta las grandes obras de la naturaleza, prueba de la magnificencia divina. Esa capacidad de asombro y búsqueda, que suele quedar fijada en la adopción de un claro estilo admirativo en su discurso, la ejercita igualmente cuando se trata de la palabra de Dios, de los misterios divinos, de los libros sagrados, del carácter insondable del alma humana y, sobre todo, de la figura de Cristo, su gran interlocutor.

Las obras de Santa Teresa pueden tener distintos niveles de lectura. Podemos quedarnos con el componente autobiográfico, literario, con el mensaje religioso, con el valor testimonial de sus escritos, etc. Lo más importante es que los textos teresianos suponen una valiosa contribución a la literatura mística, tanto por el despliegue de recursos estilísticos como por la carga espiritual del contenido. Desde el punto de vista de la comunicación, supo trasladar con gran maestría el mensaje de sus experiencias personales. El dominio demostrado de las imáge­nes, figuras y símbolos la coloca a una altura similar a la de san Juan de la Cruz.