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El tiempo del cambio

Libro de Poemas de Rilke "Lo que se encierra en la permanencia está ya petrificado..."

Más amable, más humano. Por ello, la existencia humana debe basarse en el cambio. Conformarse con una rutinaria existencia conduce a la extinción espiritual.

En ocasiones, nos preguntamos si nuestra vida es absurda. Incuestionable premisa basada en el determinismo. La famosa frase: "Se comienza a morir en el instante en el que se nace", es la manifestación más absurda de nuestro fracaso como personas. La aclamación de la abulia, la derrota del ser humano. La pérdida de nuestras esencias fundamentales.

Entre el siglo XIX y el XXI parece haber trascurrido un insondable espacio y sin embargo, en el libro de la Historia, apenas se han consumido unos segundos.

La soledad y el hastío conducen a la melancolía y ésta, a la inacción. La esperanza impele al sueño y provoca que la Humanidad avance en pos de la felicidad.

¿Avanzamos o retrocedemos?

Cierto es que, a veces, contemplando el estado de las cosas, que nos rodean, podemos llegar a pensar que el avance va en sentido contrario, que acercarnos al futuro nos hace menos humanos, más materialistas, Si al mirar en derredor sentimos que la duda nos aprisiona el alma, tal vez estemos confundiendo la ciencia con la pseudociencia.

La inteligibilidad, la coherencia, la originalidad y la sensatez nos conducirán a la ética de la ciencia. La fragosidad, la oscuridad y el confusionismo nos llevarán al error.

Parece que lograr el éxito en la modernidad supone desarrollar un corazón de bronce, ajeno al sentimiento de un universo equilibrado en el amor hacia quienes nos rodean y en la esperanza de vivir nuevos anhelos.

El fracaso encoleriza a los viles, que aguardarán el futuro para practicar el placer de la venganza. Por el contrario, agudiza la mente de los prudentes para no repetirlo en el futuro. Y ello hace que lo que lo que a unos causa malestar a otros sirve de enseñanza.

Como consecuencia de la industrialización, en el siglo XIX, nacieron los suburbios. Cinturones de las grandes ciudades, atornillados a las humeantes industrias, hicieron que algunas de las gentes, recién llegadas del campo, se convirtieran en barahúnda aldeana. Van der Meersch, la retrata minuciosamente. Sus sentimientos se ahogan y su cuerpo se consume presa de la humedad y la mugre. Para él, en los nuevos tiempos "los hombres nacen, ya viejos". Seres predestinados al sufrimiento. Con el corazón roto por el determinismo nihilista y el entorno hostil.

En ese instante, la tiranía del ego se convierte en amenazadora y crítica cárcel. La aplicación de la gélida razón, hace que nos cuestionemos cuanto nos rodea. Como seres frustrados, todo lo que se extiende a nuestro alrededor se presenta como la violenta expresión de un fracaso. Truncado el orgullo, muerta la pasión, sólo queda el olvido. La búsqueda insaciable de la nada. Sin narcisismo, sin ternura, sin magia, presos de la sequedad creativa, la muerte se eleva ante nosotros como el definitivo alivio.

Evitar caer en el laicismo

Benedicto XVI, denunciaba, que: "existe una fuerte corriente laicista que quiere eliminar a Dios de la vida de las personas y de la sociedad, proyectando y tratando de crear un paraíso sin Él". Al contemplar el limpio cielo, de la fría tarde, pensamos en lo que se esconderá tras el horizonte porque esa, sin duda, es la razón que impulsa la modificación. El mecanismo que nos permite soñar. Hacer planes para un futuro más justo. La esperanza justifica la ilusión y ésta se convierte en el sostén de los sueños.

La respuesta del escriba a las palabras de Jesús, son toda una declaración de principios: "Maestro, en verdad dijiste que Él es el único y que no hay otro fuera de Él; y que amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios."[i]

Hace algún tiempo leí que uno de los problemas que acarrea el envejecimiento es la soledad y la contemplación del futuro como algo inexistente y que esa carencia genera postración y un cierto vacío espiritual que conduce a la desesperanza.

No creo que los procesos de cambio tengan fecha de caducidad. Ni que a partir de un determinado momento no quepa hablar del futuro. El futuro es algo indeterminado. Es preciso renovar, permanentemente, la ilusión ante la vida.

Miro por la ventana, los árboles parecen dormidos y el cielo, a pesar de lo avanzado de las fechas, está azul. La ilusión sigue alentando en mi espíritu y aún logra alimentar mis sueños. Sigo vivo... hasta que Dios quiera.

[i]       Evangelio de San Marcos 11., 32-34..