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El mar de Galilea

Hace muchos años, pensando en San Antonio y el amor que profesaba a su entorno físico y humano, me vino a la mente el equilibrio entre la Historia y la gente, que descubrí mientras visitaba el mar de Galilea. Como Jesús, San Antonio gustaba de los grandes decorados naturales, para predicar la palabra de Dios. La Naturaleza es el más bello decorado que buscarse pueda para transmitir los mensajes evangélicos.

El mar de Galilea es un lugar para soñar y para rezar. Para pensar y para recordar. Recorriendo su contorno se puede comenzar a amar la vida. En sus orillas se acumulan algunos de los lugares más significativos de la estancia de Jesús, encarnado hombre, sobre la tierra.

En las orillas del gran lago se alzaba la ciudad de Séforis, capital de la región y lugar de paso de las caravanas, que llegaban del Este. Magdala, patria de María Magdalena. Tiberíades, la ciudad que, en honor del emperador Tiberio, hizo construir Herodes Antipas y en la que, entre otros sabios filósofos judíos, duerme, su sueño eterno, el gran Maimónides. Hammat, la ciudad de las famosas termas…Y finalmente: Tabgha[1], el lugar de los siete manantiales; hoy sólo quedan cinco pero, la tradición, nos explica que en sus alrededores, Jesús realizó el milagro de los dos peces y los cinco panes con los que cinco mil personas saciaron el hambre[2]. Aquí, también tuvo lugar la aparición de Jesús, ya resucitado, a los pescadores. El momento en el que encomendó a Pedro su gran misión:”cuida mi rebaño”[3].

Paisaje de esperanza

Cuando nos acercamos al mar de Galilea el paisaje se nos hace eterno y, ala vez, ligero y efímero. Aquí, cada hora del día es diferente. Todas son hermosas. El mérito es de la luz. Diferente en cada momento, construye paisajes inolvidables.

La luz, que llega directa del cielo, cae sobre los bancales de la costa o sobre las hileras, fijas como marciales guerreros, alineadas hasta donde el valle se convierte en roca, de olivos. O las palmeras datileras llegadas de remotos tiempos. Unidos todos en una bella composición. A veces, emboscada en la calima formada por la evaporación del agua, la luz se hace mágica. El paisaje, difuminado, se convierte en fascinación o recuerdo. En esperanza. Como si estuviéramos caminando entre el sueño y la realidad.

Junto a los innumerables vestigios del pasado, la permanente amenaza del sobresalto no nos abandona durante el recorrido. Cercanos a las plácidas y semidormidas orillas, se alzan, amenazadores y desconocidos: los altos del Golán. Frontera entre Siria, Jordania, Israel y el Líbano, nos anuncian la proximidad de una contienda, que parece condenada a eternizarse. Una dormida conflagración con la que el mundo se ha acostumbrado a convivir.

Lugar frecuentado por Jesús

Uno de los más famosos sermones de Jesús, en mi opinión, “el sermón de la montaña” se celebró en los alrededores del mar de Galilea. Muy cerca de él, a orillas del lago, debió de celebrarse el sermón desde el bote[4].

De la mano de Egeria[5], la peregrina hispana de la que hemos hablado en otras ocasiones, nos adentramos en una bella tradición. La historia de un sermón, que Jesús dirigió, desde un bote de pescadores, a los fieles discípulos, que se congregaban en las orillas del lago.

La narración no hubiera pasado a mayores, si los arqueólogos judíos, en 1985, tras diez años de sequía, no hubieran encontrado, en el lugar, una antigua barca de madera, datada, sin lugar a dudas, en el siglo primero de nuestra Era.

El verde de diferentes tonos de las pequeñas iglesias encaramadas a las borduras del lago sin solución de continuidad nos trasmite una plácida imagen. A pesar de que la tarde ya está avanzada, sigue haciendo mucho calor. Los estrechos y retorcidos senderos que se pierden entre las tierras amarillas que emergen tras los árboles son la avanzada de los neblinosos montes que se dibujan en el horizonte

 


[1]     Ein Sheva. En hebreo, “Manantial de los Siete”. En griego, Tabgha, viene de Heptapegon:”Siete Manantiales”.

[2]     Cuenta la tradición que hacia el 350 de nuestra era, el Cristianismo, convertido en la religión del Imperio Romano, comenzó a edificar iglesias en las que realizar sus cultos. Una de las primeras se llamó “La de la multiplicación de los panes y los peces” y se construyó en Tabgha. Los avatares del tiempo la destruyeron. Actualmente, la Basílica del mismo nombre, se halla edificada sobre una parte de las ruinas de su antecesora.

[3]     San Juan 21:16.

[4]     La tradición nos la recuerda el monje benedictino Bargil Pixner. Primer Tomo de una obra que habla de Galilea y Judea. El tomo se titula: “Con Jesús a través de la Galilea...” Corazin publishing. Israel.

[5]     En el relato de su viaje, Egeria recoge la tradición que se remontaba a los primeros discípulos de Jesús.