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El futuro, ¿Qué futuro?

Los domingos, las campanas de las iglesias conviven con la voz del almuédano que llama a la oración. Nadie se acuerda como comenzó todo, tienen la sensación de que siempre ha sido así. Todos convivían, nadie se preocupaba demasiado de los pensamientos religiosos de sus vecinos. Es cierto que cada cierto tiempo había tensiones, conflictos, en ese momento, el Patriarca les pedía que se concentrasen en la oración, que no hicieran política.

Llegó la "Primavera árabe", ese movimiento que Europa acogió y protegió. El tiempo ha pasado y con su paso se han subvertido las ideas, que empujaron a los miles de personas que se lanzaron a la calle en busca de libertad. Hace algunos días leía una frase de Alaa Aswany, uno de los intelectuales más comprometidos del mundo árabe, que me conmovía profundamente: “La revolución es una experiencia orgánica, uno no la decide conscientemente. Los egipcios están enamorados de la libertad y de la revolución. Algunos intentan impedirlo, pero el amor acabará triunfando”. Es posible, pero también es cierto que los salafistas y los hermanos musulmanes parecen perseguir objetivos contrapuestos y que, mientras esto sucede, nadie recuerda los cientos de víctimas de la revolución que yacen en los cementerios. Hermanos y amigos, a pesar de profesar religiones diferentes, se inmolaron para que en su patria no existieran fronteras ideológicas ni ciudadanos de segunda.

La pérdida de seguridad y libertad

En Egipto, parece que haciendo honor al adagio castellano que dice:” Tiempo que pasa, verdad que huye” y olvidando las trincheras que ambos compartieron contra los alauitas, los choques entre cristianos y musulmanes cada día son más frecuentes y sangrientos, al punto que, hoy en día, son muchos los que piensan en abandonarlo todo y partir a la emigración. La situación es tan grave que ha hecho exclamar al padre Greiche[1]: “Con Mubarak había más seguridad para los cristianos”.

En las últimas semanas esta situación se ha extendido a Siria y Túnez, a pesar de las declaraciones de sus dirigentes. Los analistas políticos islamitas culpan de este acoso a las autoridades europeas que, según su punto de vista, presionan a la mayoría sunita y obligan a los dirigentes a adoptar medidas contra las minorías cristianas[2] que, a este paso, corren el riesgo de desaparecer.

Lo que parece claro es que aquella lejana promesa de crear regímenes laicos y Comunidades en las que se pudiera vivir en libertad queda, cada día, más lejos. La revolución no parece haber sido capaz de acabar con esa clasificación de ciudadanos de segunda que la Sociedad otorga a quienes no profesan la religión islámica.

Uno, al observar la deriva de las ideologías en estos comienzos del siglo XXI, se ve tentado a recordar a Valery en aquel, su famoso poema, “El mar, el mar siempre recomenzando…”


[1] Rafia Greiche, portavoz de las iglesias Católicas de Egipto.

[2] Según mis datos, en Egipto la minoría copta reúne a casi el 15% del total de la población, aunque oficialmente el porcentaje reconocido es algo inferior.