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El autoconocimiento

  1. Lo que hago bien se deriva de mis fortalezas. Por ejemplo: tener facilidad para ser amable y empatizar con la gente; o mostrarse natural y sincero; o ser una persona que termina lo que empieza; o saber descubrir oportunidades para madurar con los “tropiezos” de cada día; etc… Todo esto no obedece a ningún factor externo ya que son capacidades y habilidades (puntos fuertes) que corresponden a una parte del contenido del temperamento con el que nacemos.
  2. Lo que debo mejorar: sobre todo son mis debilidades. Tampoco dependen de ningún factor externo ya que son faltas de habilidad o de capacidad para determinadas tareas (puntos débiles) que completan, así, el contenido del temperamento. Por ejemplo: tener una tendencia a imponerse, o a posponer las tareas, o a fijarse siempre en las dificultades ante el trabajo que hay que hacer; etc.
  3. Y los aspectos de los que me vendría bien desprenderme apuntan a las rutinas y vicios adquiridos porque no ha habido un planteamiento y una determinación para superar las debilidades, que frenan la madurez y esclavizan al crearnos dependencias.

Cuando unos padres no han recibido una formación en la educación de la persona y no han experimentado el beneficio de haberse esforzado en forjar su voluntad, a través de una propuesta atractiva para adquirir los valores, es fácil que no sean conscientes de su debilidad y, probablemente, ni se planteen que la mejor herencia que pueden dejar a sus hijos es ayudarlos a autoconocerse mediante el dibujo en el que estén delineadas sus fortalezas, sus debilidades y la ruta que pueden seguir para convertir en fortalezas dichas debilidades.