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Actuar en consecuencia

Y a continuación referiré algunas de las cosas que me contó, por ser muy aleccionadoras y sorprendentes.

Antonio emigró a Estados Unidos cuando apenas contaba 17 años. Emigrar es una forma de hablar, porque en realidad huyó de una cárcel cubana –lo habían metido allí seis años antes, acusándole de vender ilegalmente dos camisetas en las calles de La Habana- acompañado por dos amigos. Llegó a Florida, Estados Unidos, sano y salvo, pero al poco de pisar tierra, lo encarcelaron de nuevo.

Carecía de familia estadounidense o cubana, así que terminaron trasladándolo a una cárcel de Wisconsin (norte del país), donde permaneció cuarenta meses más. Finalmente, un empresario de Chicago que no le conocía de nada le patrocinó y logró su salida de la prisión. Antonio tenía entonces 20 años y, todavía, buen humor. “Yo le debo mi buena suerte a Jesús y a la Virgen de los Dolores. Por eso les estoy tan agradecido”.

¿Saben qué es lo mejor? Que todo esto lo contaba Antonio con una gran sonrisa enorme en los labios. Confiaba en Dios hasta tal punto que toda desgracia pasada jamás le desanimó, incluso cuando falleció su esposa hace ocho años por culpa de un accidente de tráfico.

 Nunca me cansaré de insistir en esta columna sobre la fortaleza que puede darnos la fe. Pero hay que pedirla de manera activa, real y constante, porque no basta con esperarla de brazos cruzados. Menos teoría, menos discursos, y más exigencia en el obrar.

Uno de los pasajes más emblemáticos del Evangelio refiere la historia de un padre que pidió a sus hijos una tarea (Mt 21, 28-32). Mientras que uno le aseguró que la llevaría a cabo y finalmente no la hizo, el otro se negó, aunque terminó por obedecerle. Así somos los hombres: del dicho al hecho hay un trecho. Pues si queremos tener la fe de, por ejemplo, Antonio, el taxista de Chicago, o la de tantas monjas que sostienen a la Iglesia con sus oraciones, debemos asegurarnos antes de nada de que ponemos todos los medios para obtenerla. Hemos de intentar asemejarnos a ellos con hechos.

Y si después de haber escuchado las recomendaciones bíblicas, si después de asistir a los testimonios de personas verdaderamente alegres que viven de la verdad de Cristo y la Iglesia, si después de recibir una educación católica que nos indica el camino a seguir, si después de leer y escuchar las palabras del Papa cuando vino a Madrid el pasado verano, no actuamos en consecuencia… entonces los publicanos y las prostitutas llegarán antes que nosotros al Reino de los Cielos, como Jesús explicó claramente.

Obras son amores, no buenas razones. Creer en Cristo y querer creer en Él de verdad significa intentar actuar en consecuencia, procurar demostrar con nuestro comportamiento (no con un simple “quisiera”) que deseamos descubrir la verdad y hacer el bien. Y digo “intentar actuar” y “procurar demostrar” porque luego la vida es complicada y nos equivocamos con frecuencia, claro que sí. Pero para eso tenemos también la receta, el antídoto que nos aporta nuevas energías: el sacramento de la Penitencia.